Transcurrida la primera mitad del ejercicio, el balance que puede hacerse es que el mercado ha estado más pendiente de factores exógenos –particularizados en la geoestrategia y la crisis de deuda soberana en la periferia europea- que en variables de naturaleza más endógena, como la macroeconomía o los resultados empresariales. Esta circunstancia ha lastrado de forma decisiva el comportamiento de los activos de riesgo, y de forma especial de la renta variable.
De cara al segundo semestre del año, seguimos pensando que la economía global, con asimetrías regionales y temporales, mantendrá un ritmo de crecimiento razonable. La apuesta por un no descarrilamiento de la recuperación se basa en tres hipótesis: (i) la moderación contemporánea en las cifras de actividad de EEUU es transitoria y no desembocará en un nuevo proceso recesivo, (ii) se confirma el “aterrizaje suave” en las economías emergentes, estando el ciclo de subidas de tipos de interés más próximo a su fin, y (iii) Grecia,
aunque sus problemas seguirán más que latentes a medio plazo, recibe un segundo programa de ayuda financiera que sirve para aliviar la percepción de default inmediato que ha llegado a instalarse en el seno del mercado durante las últimas semanas.
En relación a la primera de las hipótesis, esta vez los temores a una desaceleración sensible de mitad de ciclo en la economía estadounidense son, de manera significativa, más reducidos que los que sobrevolaron el mercado a estas alturas del año pasado.
Consideramos que la desaceleración contemporánea en las cifras de actividad, sobre todo en la vertiente industrial, tiene un marcado componente transitorio ligado a Japón y al agudo encarecimiento energético de comienzos del ejercicio, que debería darse la vuelta, en el primer caso, y, cuando menos, estabilizarse en el segundo, y permitir que el escenario de tipos reales bajos siga apuntalando el proceso de recuperación económica
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